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¡Qué verde es el agua!
Es lo que suele decir Ricardo, el padre de mi amigo Ricardo, fruticultores artesanos de Calatorao en tierras mañas. Y... ¡Qué amarilla es la sequía!, se me ocurre decir a mí en contraposición. Poco ha llovido este verano en las zonas en las que tenemos viña.  Incluso en Rías Baixas, donde suele llover con frecuencia y abundancia, la pluviometría se ha mostrado rácana.  Suerte que hemos podido regar. Pero no dejo de sorprenderme ya que, aún así, el viñedo, rústico por naturaleza, ha sido capaz de mantener el tipo y aguantar hasta el final. robertoA principios de septiembre el aspecto era un poco lastimoso: hojas del poniente y del mediodía mustias y, las más bajas, amarillas como el color de la sequía. Por si fuera poco, a la escasez de agua se le unían unas temperaturas anormalmente altas (hasta 37 ºC registramos en las estaciones climáticas de nuestros viñedos) y unos intensos vientos de Sureste.  El Solano, como decimos en Rioja.  Peores condiciones para la planta y para la maduración de la uva, imposibles. Ante estas condiciones tan estresantes la planta trata de adaptarse como puede y, entre otras cosas, lo que hace es “no trabajar” para ahorrar la escasa energía con la que cuenta.  Y si la planta no “trabaja” no genera azúcares y si no genera azúcares la uva madura lentamente y, a veces, mal.  O no madura. Y como de los azúcares derivan otras sustancias como ácidos, aromas y polifenoles, podemos adivinar las consecuencias.... Pero las condiciones han cambiado y pasamos ahora por una época con condiciones climáticas que todos firmaríamos en estos momentos en que la uva comienza a sazonar: sopla el Cierzo, las máximas diarias no superan los 22 ºC y las bajas descienden hasta los 9, aunque sería mejor que llegaran a 6 como ocurre en nuestro viñedo de Áster.  Si además cae un pequeño rocío o las hojas se mojan con cuatro gotas de lluvia, ¡Miel sobre hojuelas!. rober2 Yo, ahora que la uva ya está negra, no quiero que llueva sobre nuestros viñedos. Un ligero txirimiri es suficiente para pasar de pensar en ¡Qué amarilla es la sequía” a ¡Qué verde es el agua!, como dicen los Ricardos de Calatorao.

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