Desde hace un tiempo, se oye hablar mucho de "Viticultura de Precisión". Curiosos como somos por estos lares blogueros, hemos acudido a un experto, el máximo responsable de la Sección Agrícola del Grupo La Rioja Alta, S.A., Roberto Frías, al que hemos pedido que nos hable del significado de esta expresión tan en boga pero que, como vamos a descubrir, acumula muchos siglos de historia. Este fue, precisamente, el tema que abordó recientemente en un reciente 'Encuentro Enológico' organizado por la Fundación para la Cultura del Vino.
Nos cuenta que, desde sus inicios, la viticultura ha sido quizás la vertiente de la agricultura que más precisión ha llevado implícita en su desarrollo diario. Las cepas y el viticultor establecían incluso un fuerte vínculo e, incluso, una estrecha COMUNICACIÓN basada en un idioma de signos que el hombre sabía interpretar. Cada planta tenía su propia identidad, personalidad y comportamiento y, de su análisis, nacían decisiones y acciones que se desarrollaban en virtud de cada cepa y de cada tipo de suelo.
Para justificar esta afirmación, tenemos varios ejemplos:
- El viticultor conocía el comportamiento de las variedades más frecuentes en su zona y las plantaba en los lugares más idóneos. Así, en la zona de Rioja Baja, donde la aridez es mucho más extrema que en el área de Rioja Alta, se plantaba Garnacha Tinta en lugar de un mucho más frágil y sensible Tempranillo.
- Además, era el propio agricultor el que realizaba la selección del material vegetal que, con intencionada precisión, iba a injertar en el viñedo. Su trayecto casa-viña, a pie o sobre caballerías, era el momento para estudiar el comportamiento de las cepas cercanas al camino, archivar mentalmente su situación y recoger yemas para injertarlas en sus propios viñedos.
- La propia plantación del viñedo, en la que dentro de la misma parcela se entremezclaban variedades blancas y tintas, podría obedecer a un criterio intencionado de "precisión" de acuerdo con el tipo de vinos que se elaboraba: menos color, grado y extracto pero más frescura, viveza y longevidad que muchos de los actuales. Incluso podía tratarse de una forma de minimizar riesgos frente a fenómenos meteorológicos adversos.
- Tenían perfectamente ubicadas todas las cepas y sabían dónde se encontraban, por ejemplo, aquellas cepas de Garnacha Tinta plantadas por el "abuelo" y que daban un fruto muy adecuado para que, colgadas en el altillo de su casa, duraban hasta Navidad.
- Durante la poda, se adaptaba la carga de yemas al vigor de cada cepa. Expresiones como "el buen podador es aquel que da la vuelta alrededor de la cepa" (buscando la mayor precisión en los cortes) o "la cepa hay que podarla mentalmente durante el tiempo que cuesta recorrer los 129 cm. que separan una planta de la siguiente" son reflejo de la precisión con la que se pretendía hacer esta labor.
- La fertilización, independientemente de los acertado o no de sus objetivos y criterios, era, igualmente, realizada cepa a cepa. Variando la longitud de los pasos y el volumen del puñado, se iba adaptando la dosis a las necesidades de las plantas o exigencias del suelo.
- La poda en verde también se hacía atendiendo a las necesidades de cada planta. En las zonas más vigorosas, los pámpanos se enlazaban manualmente para permitir el paso de las caballerías. Cuando estas pasaban, se volvían a soltar para que crecieran "en libertad".
- La lucha contra las plagas también era pormenorizada y cepa a cepa. Mujeres y niños se afanaban en extraer larvas de piral y cigarreros del interior de sus efugios con la ayuda de púas. Las enfermedades de la madera ya se sabían identificar de forma que, en la poda invernal, se abrían las cepas y se les introducía una piedra en forma de cuña para que el oxigeno debilitara al hongo.
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